A los muertos que
represento y a los vivos que ya no soy.
En la vida
siempre hay muertes, muchas muertes… Algunas son grises, silenciosas, tardías, estridentes.
También las hay físicas, mentales, simbólicas, y las que sólo son dignas de
llamarse “lugares comunes”. Estamos
rodeados de muerte y de muertos, pero el ocaso de nuestro ego proyectado en
otros que se marchan es la que más nos duele, y es la que “festejamos” cada Día
de Muertos, en 2 noviembre.
En 38
años de vida he visto morir a mi perro, a un alacrán en la punta de mi dedo; a mis
ansias de dibujar y ser poeta... He visto morir al niño que fui, a los miles de
adultos que me he inventado… a mi padre, a los ojos de mi madre; también vi fenecer
mi silencio, mi ironía y a mi vuelo nuevo (¡y también al viejo!); a mi rabia para
correr en medio del fuego, a mi adolescencia saturada de energía y al ánimo de
hacer temblar al mundo. Son muchas las muertes y sólo una la ironía: sigo vivo
salpicando palabras mordaces para no hundirme en el cementerio del tedio. Y así,
lucho cada instante, a cada paso para no ser siempre la misma presencia, el
mismo recuerdo entre los tumultos, los espíritus, los ánimos y esencias que me
rodean, para no sucumbir ante esas muchas voces que me indican lo que debo ser.
Y de esa forma me he convertido en el depredador de mi “destino”...
Cada mil
lunas salgo de mi letargo para aniquilar lo que construí durante el paso de mil
soles; cada año non -porque inconscientemente lo he elegido así- salgo y quemó
el templo que cautelosamente construí. Y muero. Y soy Víctima y Depredador, Verdugo
del Presente. ¿Y por qué lo hago? La respuesta me queda todavía muy corta, o demasiado
grande el cuestionamiento… Como sea, en todo este tiempo de duda y zozobra hay
una cosa innegable que he vislumbrado; encuentro paz en ese “juego” perverso de armar y desarmar la vida, como si
fuese yo una especie de Dios pequeño. Y en estos tiempos carentes de sentido dignifica
harto jugar a ser Dios, aunque sea pequeño y por un instante. Delirante quizás,
pero no menos real es todo esto que los cuento. Por eso, a la fecha, y como
sucede con los rituales de paso, cada mil lunas algo emerge de mi, sale como si
fuese una bestia desbocada con ánimo de caza con la determinación de pulverizar
un mundo, mi mundo. Y así el éxtasis, la nada… de nuevo la sensación de estar
vivo, de morir, de parir. Todo al mismo tiempo. Eso es a lo que yo llamo “coronarse
vivo” al centro del cementerio. Sólo por eso sigo celebrando todas esas
batallas cada 2 de noviembre; por eso sigo celebrando a todos mis muertos, a
los muertos que represento y a los vivos que ya no soy.
Frido
Spinoza
2 de noviembre
de 2013